Le sobra el valor que le falta a mis noches. 



¿Él a ella? Bueno, no podía decir que la conociese, sin embargo, la conocía. Se llevan viendo día tras día aunque a penas hablan, pero él sabía cómo era, estaba seguro de que lo sabía. Cómo la podía hacer sonreír, cómo podía enfadarla, qué deseaba vivir y cuáles eran sus peores pesadillas. Aunque bueno, no había un deseo mayor en él que escuchar todas esas cosas que él imaginaba cada noche antes de dormir de su boca, escucharla hablar durante horas, dejarla ser ella, dejar que apareciese un ''nosotros'' entre ambos. La leía, siempre. Ah, perdón. No se lo he contado, ella escribía. Día sí y día también. Él se dedicaba a leer todas las palabras carentes de sentido que a la niña le daba por escribir cada noche. Empezó siendo un pasatiempo, pero al cabo de los meses fue convirtiéndose en rutina, sino leía algo de ella le faltaba una pizca de sentido a ese día. No se lo había dicho nunca, pero estaba seguro de que un día cualquiera sacaría el valor de algún sitio para mirarla a los ojos y decirle: ¿Te apetece un paseo frío por Madrid?

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